Y aquí deberá obrar con celeridad. No digo que se abalance sobre ella como un mono sobre un cacho de bananas, pero actúe, porque en este siglo en el que estamos viviendo el que no corre vuela y el que no vuela viaja a la velocidad del sonido (e incluso a la de la luz). No vaya a ser que nuestra mesa extrañe el calor de nuestro apoyo espontáneo y decida darse el gusto por intuición.
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