miércoles, 16 de abril de 2008

lunes, 14 de abril de 2008

martes, 1 de abril de 2008

Anécdotas sexuales fantásticas

UN ÁTOMO DE LLUVIA
Si el primer intento fue imprudente el segundo fue descabellado. Y es que el paso a paso de la seducción pierde siempre con el salto mortal del sexo instintivo. De nada había servido el escarnio del reposo obligado a causa de la fracasada conquista, ni las inspiradas palabras de amor como caricias del cielo sobre la tierra que me había memorizado para decirle, ni el cálculo preciso del tiempo impasible que me tomaría descorrerle el telón de sus bragas e ir descubriendo el escenario de sus glúteos níveos, todo lo cual, lejos de serenar mis impulsos, me había jugado en contra. Fue esto lo que me llevó en volandas a intentar acceder por la retaguardia sin premeditación y con alevosía. Volví a encaramarme sobre los endebles peldaños de mi escala de valores hasta que mi heredad machista se apoderó nuevamente de mi escroto. Se dispararon incontrolables las imágenes libidinosas de sus piernas abiertas en medio de las cuales brillaban los pliegues secretos de su coño y las intimas tonalidades del orificio anal entre sus nalgas. Entonces me empezó a temblar el pulso del pene y como un ser independiente de mi control se desbocó por cuenta propia como un geiser y eyaculó una cucharada de miel blanca que resbaló por la suavidad del muslo femenino como un esquiador por la falda de las montañas. Ella sintió la humedad como el átomo de una gota de lluvia. Otro intelecto mas que se agigantaba, ¿será por eso que dicen que todas las mujeres son iguales?. No lo se, pero esta también empujó muy suavecito la escalera con el índice y yo volví a caer como caen los alpinistas, hecho un pequeño guijarro hipnotizado por el vértigo de los precipicios. Y otra vez con la libido en cuarentena, los huesos del erotismo hechos pedazos y el nivel de semen por las nubes, altísimo, por allá donde el cerebro de las féminas vuela planeando sabiamente el espacio como un águila en celo y la brutalidad masculina aletea con el desorden propio de los buitres carroñeros.

Anécdotas sexuales fantásticas

LA ALTURA DEL INTELECTO
Aquel primer intento fue casi una imprudencia. Sabido es que hay que acomodarse a la altura de las circunstancias para alcanzar los niveles de la seducción femenina pero eso no es nada fácil. Convertido en un liliputiense de pene erecto me avergoncé al darme cuenta de que no podía liberarme de la carga de machismo intolerante que heredara de mis generaciones anteriores. Ella crecía y crecía como una planta erótica destilando savia por las flores de sus labios a medida que yo me devanaba en torpes manotazos, tambaleaba en mi escala de valores y lo único que conseguía era derramar semen sobre mis pantalones. Su altura intelectual crecía y su acceso era cada vez mas inalcanzable y libidinoso cuanto mas calientes y desordenados mis intentos por llamarle la atención. Mi excitación apenas lograba hacerle desviar la vista desinteresadamente así como desvían sus ojos las panteras cuando se les posa una mosca en la punta de la cola. Estuve toda la noche anterior toqueteándome los testículos mientras preveía el encuentro. Imaginé una y otra vez como me exprimía el sexo y se bebía mi zumo igual que un borracho se bebe el de las uvas. Tenía perfectamente calculado el instante en que abriría sus nalgas ante mi flagrante masculinidad así como se abren al sol los melocotones maduros lleno de almíbar dulce. No me cabía duda alguna, con solo mostrarle una erección me suplicaría babeándose el mentón que le penetrara la tibieza de sus cavidades. Entonces fue cuando con el índice empujó muy suavecito la escalera y caí con la insignificancia que caen los sonámbulos desde las cornisas. Y aquí estoy con el sexo escayolado y dos meses de reposo en los riñones pensando exclusivamente en el día en que me den el alta médica para volver a intentarlo, pero a la próxima mujer que se me presente he decidido conquistarle primero el suelo de los pies y entonces, bien desde abajo, paulatinamente, ir creciendo con dulces caricias de amor hasta alcanzar la inteligencia incuestionable del pubis y una vez allí, respetuosamente, pedir permiso para entrar.