martes, 1 de abril de 2008

Anécdotas sexuales fantásticas

LA ALTURA DEL INTELECTO
Aquel primer intento fue casi una imprudencia. Sabido es que hay que acomodarse a la altura de las circunstancias para alcanzar los niveles de la seducción femenina pero eso no es nada fácil. Convertido en un liliputiense de pene erecto me avergoncé al darme cuenta de que no podía liberarme de la carga de machismo intolerante que heredara de mis generaciones anteriores. Ella crecía y crecía como una planta erótica destilando savia por las flores de sus labios a medida que yo me devanaba en torpes manotazos, tambaleaba en mi escala de valores y lo único que conseguía era derramar semen sobre mis pantalones. Su altura intelectual crecía y su acceso era cada vez mas inalcanzable y libidinoso cuanto mas calientes y desordenados mis intentos por llamarle la atención. Mi excitación apenas lograba hacerle desviar la vista desinteresadamente así como desvían sus ojos las panteras cuando se les posa una mosca en la punta de la cola. Estuve toda la noche anterior toqueteándome los testículos mientras preveía el encuentro. Imaginé una y otra vez como me exprimía el sexo y se bebía mi zumo igual que un borracho se bebe el de las uvas. Tenía perfectamente calculado el instante en que abriría sus nalgas ante mi flagrante masculinidad así como se abren al sol los melocotones maduros lleno de almíbar dulce. No me cabía duda alguna, con solo mostrarle una erección me suplicaría babeándose el mentón que le penetrara la tibieza de sus cavidades. Entonces fue cuando con el índice empujó muy suavecito la escalera y caí con la insignificancia que caen los sonámbulos desde las cornisas. Y aquí estoy con el sexo escayolado y dos meses de reposo en los riñones pensando exclusivamente en el día en que me den el alta médica para volver a intentarlo, pero a la próxima mujer que se me presente he decidido conquistarle primero el suelo de los pies y entonces, bien desde abajo, paulatinamente, ir creciendo con dulces caricias de amor hasta alcanzar la inteligencia incuestionable del pubis y una vez allí, respetuosamente, pedir permiso para entrar.

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